martes, 28 de diciembre de 2010

NOBIS en CLUB DE CATADORES del Uruguay


Se trata de un libro de cuentos editado por el FONDEC (Fondo Nacional de la Cultura y las Artes del Paraguay, una especie de equivalente a los fondos concursables del MEC – Uruguay) en el año 2007. El personaje principal no es otro que el barrio Las Mercedes, donde el autor pasó su infancia. Consta de trece cuentos estructurados a veces por una línea de continuidad temática que tiene que ver, sobre todo, con la presencia de ciertos lugares dentro del barrio, de ciertas calles, de ciertas avenidas que circundan la acción y le ofrecen un límite geográfico específico. Lo bueno, es decir, una de las cosas buenas de este libro, es que ese marco es sólo geográfico, ya que los tiempos de las historias se desdibujan hacia pasados más o menos lejanos, pero siempre, de alguna manera, incluso de alguna sórdida manera, entrañables.

El uso de narradores en tercera persona alterna con un ocasional narrador en primera persona que ofrece una ilusión de cercanía sobre su materia de trabajo, una sensación de intimidad con los personajes y sus peripecias. Es notable cómo ese narrador en primera persona, que al lector se le antoja como el mismo autor ficcionalizado al estilo cervantino, incluso al estilo de Bécquer en las leyendas, es notable, decía, cómo no patina nunca, cómo es siempre solvente en su relación con los personajes, es decir, finalmente, cómo nunca nos suena a mentira, aún siendo la más pura de las ficciones. Este catador admira esa virtud de la solvencia a la hora de contar una historia, sobre todo porque no es una solvencia hija de la parquedad sino más bien que de la prolija y meticulosa elección de las palabras adecuadas para tal o cual tipo de historia. Por esto último, el lenguaje es altamente poético en el sentido de su riqueza, lo que da al conjunto un tenue tinte barroco, un barroco mesurado y racional podría decirse, que se ve que es el tinte mismo del barrio al que los cuentos hacen referencia.

Destaquemos sólo dos de estos trece relatos: “Los inquilinos”, que alude a la estadía de cuarenta días de Josef Mengele en el barrio Las Mercedes, y “Los destellos”, un cuento de corte fantástico que funciona como leyenda urbana en un ambiente de tormentosa ensoñación. Sólo dos ejemplos de una serie de relatos hermosos, variados, ricos en adjetivación e ideales para una segunda lectura, tal vez para una lectura en voz alta con amigos.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Tierra menguante de Verónica Rojas Schaeffer - Suplemento Cultural ABC COLOR



Cuando tenía treinta y cinco años, recuerdo que en Paraguay apenas había escritores de mi edad, y estamos hablando de mediados de los años noventa, hace catorce años. Andrés Colmán Gutiérrez, Mabel Pedrozo, Milia Gayoso, el más joven Gallarini Sienra y pocos más. Con el progreso del correo electrónico —¡albricias!—, poco después empezaron a escribirme autores más jóvenes que empezaban a componer sus primeros relatos y poemas. Sin embargo, algo me llamó la atención: el Club Centenario, ese espacio que tanto ha prestado sus instalaciones para el progreso de la literatura, convocaba un concurso para autores de novelas. Ganaba un autor más mayor, pero era joven al fin y al cabo, el tristemente fallecido el 28 de noviembre, Hermes Giménez Espinosa, con una buena novela, El amor que te tengo. Pero era llamativo que un círculo tildado de elitista fuera capaz de llamar a crear literatura a los jóvenes paraguayos con un concurso de cuentos y de novela.

Hoy en día es envidiable el panorama joven de la literatura paraguaya. Proliferan los autores de tal forma que es fácil perder de vista sus novedades y su participación activa en libros colectivos si uno se despista unas semanas. José Pérez Reyes, Juan Ramírez Biedermann, Nelson Aguilera y otros escritores de mi generación y de la siguiente se ven superados en número por los nuevos valores nacidos a partir de 1977.

De entre los que voy conociendo, y a la espera de recibir la novela premio Roa Bastos, de Mónica Bustos, de la que tan bien me han hablado, me ha llamado la atención la cuentística de Verónica Rojas Scheffer, a quien leí por primera vez en la antología Galería de Ángeles y Demonios, reunión de cinco relatos de otros tantos autores del taller de cuentos dirigido por la excelente escritora y amiga Renée Ferrer, donde también figuraba un prometedor autor, Rubén Acosta Gallagher. También hallamos a esta joven omnipresente en varios volúmenes de “cosechas”, aquellas magníficas antologías surgidas desde el taller del Centro Cultural de España Juan de Salazar. Ya nos sorprendió entonces su talento y su olfato para crear tensiones con argumentos apenas perceptibles, sostenidos por un tenue hilo.

Escritora premiada en varios concursos para narradores jóvenes, ve publicado ahora su primer libro propio: Tierra menguante. En él se reúnen estos relatos premiados (“La mosca”, “Bala quemada” y “El círculo”) junto a una mayoría de inéditos. El libro posee una unidad estructurada alrededor de diversos temas recurrentes: la vida y la muerte, el paso del tiempo, la insignificancia del hombre, cuya existencia humana es semejante a la de un insecto, el silencio, el individualismo convertido en soledad. Estamos ante una breve crónica de nuestro mundo actual sin paliativos, pero focalizado desde la perspectiva de un personaje atraído por la extrañeza de alguna circunstancia.

Es muy satisfactoria la elaboración misteriosa de los personajes. Sin descripciones físicas, salvo las imprescindibles, la autora penetra en las sensaciones que el entorno o los deseos producen en ellos. Casi siempre la vida está regida por el deseo, las ilusiones y las transformaciones. Sin embargo, ¿se consiguen? A veces podría ser, como en “Teorema de Alberto”, un cuento de los mejores que he leído últimamente donde el protagonista elabora una teoría cuya formulación consiste en que la muerte puede ser evitada, de la misma manera que la oruga de un insecto al final llega a ser mariposa y a su muerte, vuelve a dar orugas a su destino. Juliana es la legataria de sus notas finales y del desenlace, que omito relatar para bien del lector.

Cortázar pasea por estas páginas. Ese ambiente espectral en la vida cotidiana, donde un estado se ve interrumpido por un suceso (real o no) es lo que se cimenta estos relatos. Enigmáticas secuencias como “El pasillo”, con esas sensaciones que trasmite la protagonista y sus emociones. Hay una evolución de los personajes, en ocasiones degradándose hasta su destrucción. O la demolición de lo querido, como en el caso de “Ladridos”, cuento con un final dramático donde volvemos a encontrar a un insecto, la luciérnaga, como símbolo de la vida terrenal y del despertar de los sentimientos, y de “Bala quemada”, que también trata el tema de la venganza.

Pero el miedo es un tema que vuela sobre la mayor parte de los cuentos. “El tiempo se dobla”, primer cuento del libro, ofrece el terror al cumplimiento del destino. La tarotista muestra su incredulidad y queda absorta ante el cumplimiento de una fatídica predicción. Esos zapatos vacíos del principio y final del cuento son indicios de misterio, del miedo a la vacuidad y de la muerte en sí. En el citado “El pasillo”, el misterio está determinado por el suspense visto desde el ojo de la cerradura hasta su interior. O “El círculo”, con diálogos narrativizados en discurso; con ese aliento del profesor que no está en la lista de invitados a un seminario que es testigo del misterio observado por la ventana de su habitación del hotel. Y “La mosca”, un relato perfecto, breve pero intenso, con un discurso moroso, pausado y detallista. Otros como “Mediodía de domingo” muestran la soledad del político arribista, sobre todo cómo acaba siendo víctima de su propia actuación.

Imágenes simbólicas, como los insectos, los instrumentos musicales o los tallarines verdes, la comida en general, pueblan estos cuentos de personas víctimas del azar o de ellos mismos. Así, la prosa adquiere una brillantez por la conjunción entre lirismo y narratividad en de “El espejo y Alejandra”, donde se alterna los discursos de la protagonista y del narrador, para así focalizar lo externo y lo interno de la forma más completa posible. En ocasiones se trata de presentimientos e imágenes sorpresivas, como en el desenlace de “Los dedos”.

Un libro que merece la pena. Para un lector exigente, el lector “macho” cortazariano, al que es más preciso denominar “lector activo”. Cuentos inteligentes para inteligentes, bien construidos, sin que la narración dependa de la creación de ítems clarificadores del desenlace. Relatos con una estructura firme ambientada por la morosidad del detallismo, y de una prosa bien conjugada con un estilo sostenido por el poder de la precisión semántica.

Habrá que estar atentos a Verónica Rojas Scheffer porque nos puede brindar grandes obras en el futuro. Un futuro alentador que le espera al cuento paraguayo si sigue fomentando estos valores jóvenes en cuyas obras se aprecia conocimiento, inteligencia, riesgo sostenido y valor literario.