¿Recordar implica reconstruir el pasado? ¿Convocar remembranzas es volver a vivir el ayer? ¿Están nuestro presente y nuestro futuro determinados por la memoria?
Rubén Acosta Gallagher ha espantado todas aquellas preguntas para adentrarse en un terreno riesgoso y absolutamente fascinante: el terreno de la imaginación. De esta manera, Mi primer Olimpo no sólo emerge como la novela de su tierra natal, sino como el encomiable testimonio de un pueblo en comunión con su gente. Ambos son los personajes centrales e inseparables del libro, ambos conforman la historia de una comunidad moldeada por los cerros, por el paisaje, por el río Paraguay, y de un lugar perfilado por las pasiones, los amores y la arcana resignación de hombres y mujeres que transitan sus calles y duermen bajo sus techos.
El autor de Casa de guisos nos introduce, con la sensibilidad de su prosa, en Olimpo, en el horizonte chaqueño del Paraguay, en un espacio cuya fachada está levantada con la cotidianeidad y las costumbres, pero que en su interior atesora fielmente el rasgo más universal de la condición humana: lo impredecible.
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