jueves, 9 de febrero de 2012

Reseña de Plegaria de Penumbras

Artículo de Pedro Peña (San José de Mayo, Uruguay - febrero 2012) Comenzaré con una impresión de lo más primaria e irreflexiva: esta novela del paraguayo Juan Ramírez Biedermann está bastante brava. Esta novela no es lo que uno lee cuando después tiene que salir a cerrar el portón o apagar la luz del patio. Y esto, imagino, habla de la inteligencia en la producción de sensaciones que generen terror en el lector. La acción transcurre en el barrio asunceño de Las Mercedes, lugar que ya había sido ficcionalizado en el primer libro de Ramírez Biedermann, un compilado de cuentos de muy buena factura titulado Nobis. Continúa entonces el proceso mítico de un barrio clásico en el que ahora una serie de crímenes horrendos siembra el pánico entre sus habitantes. En ese marco, un sacerdote recibe la visita de un antiguo conocido que se presumía desaparecido y que llega a su habitación, se acurruca en una esquina y empieza a revelar uno a uno los misteriosos mecanismos sangrientos que han hecho mover al barrio en los últimos meses. Especial fuerza cobran entonces las descripciones de esos crímenes: cuerpos que aparecen colgados de los árboles sin una gota de líquido en ellos, totalmente drenados por alguna criatura diabólica. Estas escenas, además, aparecen artísticamente emparentadas con ciertas carbonillas dejadas en un tubo de embalaje por Cecilia, una joven prematuramente muerta cuyo espíritu atormentado se manifiesta a través del arte y parece tener su correlato en Belén, la otra mujer protagonista de estos acontecimientos horripilantes. Uno de los varios aciertos de este libro (del que a lo mejor se podría decir que discurre demasiado rápido) es la introducción al inicio de algunos capítulos o como capítulos en sí mismos, de referencias fechadas sobre el contexto histórico en el que se mueve la ficción (año 2009) y sobre otro contexto histórico más lejano que nos lleva a la tristemente célebre guerra de la Triple Alianza, de la que los orientales tomaron parte de manera vergonzante (esto, claro, va por cuenta del reseñador, no del narrador, que jamás realiza un juicio de valor al respecto). Los episodios de aquel pasado más o menos lejano se contrastan a las novedades del momento. Las acciones de guerra se mezclan con advertencias un tanto siniestras sobre el dengue o con consideraciones sobre la pintura de algún renombrado artista universal. Estas interpolaciones en la narración principal distienden (y son muy bienvenidas por ello) y a la vez preparan el inmediato y posible escenario perceptivo en el que el lector será introducido de inmediato. No es ajena al planteamiento de la obra una aguda, pertinente y exquisita reflexión acerca del bien y el mal, sus manifestaciones a lo largo de las diferentes historias que es posible encontrar en esta novela, y sus relaciones con la fe, la religión, la Historia con mayúscula y los mitos bíblicos. El mal es visto por los protagonistas de acuerdo al lugar que ocupan en la narración: para Venancio Genes será el mecanismo por el que Dios hará llegar la salvación mientras que para el Padre Fulgencio será una razón para la lucha. Pero, sobre todo, están las criaturas… esas criaturas con formas casi humanas que deambulan por las Mercedes y son las responsables de los crímenes… ¿Qué son? ¿Qué engendro del Diablo ha sido desatado una vez más en la noche de la ciudad?

2 comentarios:

One More Blogger dijo...

y dónde se consigue el libro, hë ?

Juan Ramírez Biedermann dijo...

El libro te lo puedo vender personalmente. Mi mail es jrbiedermann@gmail.com Gracias por el apoyo Abrazo